jueves, 21 de agosto de 2014

Steve Carson

El sonido de las gotas que caían afuera de la iglesia en los abundantes charcos dejados por la lluvia hacían que la ansiedad creciera al interior de su ser. Él se encontraba arrodillado y balanceaba su cuerpo con un acompasado ritmo que podía bien recordar el suave vaivén de una mecedora en la cual un anciano se mece mientras aguarda a que la muerte se presente ante él. Su cabello brillaba con la tenue luz de la luna que se filtraba por una de las ventanas.  Su voz, interrumpida por repentinas bocanadas de aire, musitaba claramente el Padre nuestro sin cesar. A veces paraba su rezo, levantaba la cabeza y observaba a su alrededor. Al hacerlo se podían ver sus grandes ojos cafés, los cuales brillaban debido a las lágrimas que no paraban de manar de ellos. Luego volvía a bajar su cabeza y proseguía con su rezo. Eran ya las 7 y 50 de la noche del martes 23 de junio de 1977, Steve se disponía a romper el quinto mandamiento de la ley de Dios.
Steve había nacido en una familia protestante del interior de Estados Unidos. Su padre, Jack Carson, era el ministro de una acogedora iglesia en el pueblo donde residían. Su madre, Maggie Carson, era una abnegada ama de hogar, esposa, mamá y devota creyente de las leyes de Dios.
Steve pasó su infancia en el tranquilo pueblo donde nació, en medio de una sociedad religiosa y moralista, lo cual a él nunca le molestó, por el contrario se podría decir que fue un niño feliz. A sus 10 años Steve enfrentó el que sería el momento que cambiaría radicalmente su vida de ahí en adelante.
La mañana del 7 de Junio de 1956 aquel tranquilo, religioso y moralista pueblo del interior de Estados unidos se sacudió ante el cruel y despiadado asesinato del ministro y su esposa. La casa donde habitaban ellos junto a su hijo Steve fue irrumpida a la madrugada y sus ocupantes amarrados y amordazados mientras robaban todo el contenido de la misma. Al finalizar el hurto, sin explicación alguna, el ladrón se aproximó a la pareja de esposos y los degolló mientras obligaba a Steve a ver cómo se desangraban hasta morir. Steve quedó amarrado y amordazado junto a los cadáveres de sus padres hasta qué en la mañana alguien descubrió la dantesca escena.
A partir de ese nefasto momento Steve ingresó al sistema educativo del estado, lo cual implicó constantes cambios de colegio y pueblos a lo largo de sus años como estudiante. Al cumplir los 16 años y haberse graduado, decidió seguir los pasos de su padre y ordenarse como ministro, pero al empezar su formación descubrió que a pesar de su profunda religiosidad no se sentía preparado para poder ayudar y servir a otros con la devoción que era requerida en la posición que asumiría al ser ministro, así que empezó lo que sería un viaje de dos años por los Estados Unidos en lo que él mismo autodenominó “su viaje de descubrimiento”. Durante esos dos años Steve trabajó en cuánto empleo encontraba en los pueblos donde llegaba y con ese dinero seguía su trayecto hasta el siguiente pueblo. Finalmente un día se encontró de regreso a su pueblo natal, al que no iba desde los 10 años, y decidió quedarse allí.  
El pueblo aún recordaba bien al hijo del ministro y su esposa, por lo que fue acogido inmediatamente. Su primer y único empleo fue de ayudante del carpintero del pueblo, empleo en el que duraría durante los siguientes 8 años hasta suceder al carpintero y asumir su posición. Steve nunca habló del incidente de sus padres con nadie a pesar de que muchos sabían lo sucedido. Cada vez que él era indagado sobre el mismo, él simplemente se limitaba a decir que los caminos del Señor son complejos pero han de ser transitados, pues esa es su voluntad. Con el paso del tiempo dicho incidente fue quedando en el olvido tanto para los habitantes del pueblo como para Steve. Los años fueron acumulándose hasta que el martes 23 de junio de 1977 fue la fecha oficial en el calendario.
El día transcurrió con completa normalidad, clientes, maderas, puntillas y demás gajes propios de su oficio. A las 3 de la tarde la campana que anunciaba que alguien había llegado al local sonó por lo que Steve, diligentemente, abandonó el taller y se dirigió al mostrador para ver quién era.
Steve no había dejado el martillo en el taller por salir a recibir al visitante. Al ver su rostro la mano de Steve asió el mango del martillo con tal fuerza que la circulación en la misma se detuvo brevemente. El hombre qué entró era bastante mayor y con un rostro adusto que revelaba una vida difícil, dura y llena de momentos complicados, pero aquel rostro, a pesar del paso de los años nunca sería borrado de su memoria. ¡Era el asesino de sus padres!

-Buenas tardes señor. ¿En qué le puedo ayudar? – dijo Steve tratando de mantenerse calmado. Estaba seguro que el asesino no lo reconocería después de tantos años.


-¿Cuánto me cobra por arreglar una vieja mesa de centro qué tengo en casa? – Dijo el visitante-


-4 dólares, señor. Pero noto que no la trajo consigo. – Dijo Steve-


-Sí. Es muy grande. Usted tendría que venir a mi casa. –dijo el visitante con interés- Lo que sucede es que una de las patas de la mesa…


El asesino de sus padres continúo explicándole el daño de la mesa y muchos otros detalles, pero Steve no le prestaba atención. Lo único qué pensaba en ese momento era en darle un fuerte martillazo en su rostro y hacer que sufriera lo que sus padres sufrieron. Con algo de ansiedad empezaba a agitar el martillo en su mano mientras automáticamente asentía a todo lo que el visitante decía.


-Entonces, ¿le parece a las 8 de la noche? –dijo el visitante- Cómo le dije, mi casa es justo al lado de la de John Flack.


Esa era la oportunidad perfecta de matarlo, en su hogar. Justo como él lo había hecho con sus padres. –pensó Steve, mientras le decía que estaría allá muy puntual.


-Usted esté tranquilo señor… ¿cómo es su nombre? – preguntó Steve-


-Brian –dijo el visitante algo cortante-


-Usted esté tranquilo, Brian. ¡No llegaría tarde ni un solo minuto a esta cita! –concluyó Steve.


El visitante salió de la carpintería despidiéndose a la carrera. Una vez el visitante estuvo afuera Steve dio un fortísimo martillazo sobre el mostrador rompiendo el vidrio que lo cubría. Nunca en todos los años que había transcurrido desde el incidente había pensado en cobrar venganza. Nunca en todos esos años siquiera había sopesado que pudiese tener la oportunidad de hacerlo. Y ahí estaba la oportunidad servida en bandeja de plata y Steve, a pesar de su profunda religiosidad, no planeaba dejarla pasar.

El resto de la tarde fue terriblemente difícil para Steve. Su deseo de cobrar venganza era muy fuerte, aún más que sus convicciones religiosas, pero al mismo tiempo él sabía que no debía matarlo, que debía llamar a la policía y denunciarlo. No podía concentrarse en su trabajo. Salía del taller, volvía a entrar. Su ansiedad aumentaba con el paso de cada segundo hasta el punto que tomó una silla y la rompió contra una de las paredes del taller mientras gritaba.  No podía más soportar lo qué sentía así que tomó sus herramientas y las guardó en su maletín junto con varios metros de soga y algunos trapos. Cerró el local  y se dirigió a dónde creería podría tomar una decisión de qué hacer. La iglesia.
El camino a la iglesia tomaba unos 15 minutos a pie y la lluvia había empezado a caer copiosamente pero a Steve no le importó. En ese momento caminaba como un zombie completo obviando a la gente que a veces lo saludaba. Solo pensaba en si matar al asesino de sus padres o si no hacerlo. Solo quería llegar a la iglesia. Al llegar a esta entró sin reparar en la gente en su interior. Depositó su maletín en una butaca, se arrodilló y empezó a rezar. A veces paraba su rezo, levantaba la cabeza y observaba a su alrededor. Al hacerlo se podían ver sus grandes ojos cafés, los cuales brillaban debido a las lágrimas que no paraban de manar de ellos. Luego volvía a bajar su cabeza y proseguía con su rezo. Eran ya las 7 y 50 de la noche del martes 23 de junio de 1977 y Steve se disponía a romper el quinto mandamiento de la ley de Dios. Ya había tomado una decisión. Pecaría.
Se levantó, cogió su maletín y salió de la iglesia en absoluto trance. Él sabía bien que si se detenía a pensar mucho en lo que haría se arrepentiría.
El trayecto hasta la casa de Brian era corto pero la ansiedad, la angustia y el miedo hicieron qué para Steve fuese aún más corto. 8 en punto de la noche y Steve estaba frente a la puerta, golpeó.

-Buenas noches. Me gusta eso, la gente puntual. – dijo Brian-


-Cómo le dije en la carpintería, Brian, no llegaría tarde ni un solo minuto a esta cita. –dijo Steve sin mirar a su interlocutor.


Brian hizo pasar a Steve al interior de la casa y cerró la puerta.


La sala de la casa estaba iluminada por una par de lámparas viejas y por lo que se podía ver era evidente que Brian no compartía ese lugar con nadie. En un costado había un viejo sofá que a leguas denotaba que nunca había sido limpiado, un par de sillas y frente a estas, la mesa de centro.

Brian le indicó la mesa a Steve y le dijo que esperaba que la arreglara lo antes posible. Steve se dirigió a esta y sin ninguna intención de arreglarla le habló a Brian.

-Y dígame Brian, ¿hace mucho vive en el pueblo? No lo había visto antes.


-Viajo mucho. –respondió Brian cortante-


-Veo. –dijo Steve-   


Steve empezó a sacar las herramientas del maletín dándose cuenta qué no había realmente planeado cómo atacar al asesino de sus padres. Seguramente él era mucho más diestro a la hora de pelear por lo que todo podría salir mal. Steve empezó a arreglar la mesa mientras pensaba cómo hacerlo.


-Brian, ¿me da un vaso con agua por favor? -le preguntó Steve-


Brian sin decir palabra se dirigió a la cocina para servir el vaso con agua. Tomó un vaso sucio y empezó a llenarlo con agua del grifo. De repente el vaso cayó al lavaplatos rompiéndose y acto seguido Brian cayó al suelo inconsciente. Detrás de él estaba Steve con el martillo en la mano.

Al recobrar la conciencia Brian, se descubrió atado a una de las sillas de la sala y amordazado mientras Steve sollozaba al verlo. Los esfuerzos por liberarse fueron en vano, Steve se había asegurado que no pudiera soltarse. Brian se quedó quieto y parecía estar en calma mientras Steve no paraba de sollozar.

-¿Usted recuerda el apellido Carson? –le preguntó Steve entre sus sollozos-


Brian negó con la cabeza. Mientras con sus ojos miraba a su alrededor tratando de encontrar una forma de liberarse.


-¿No recuerda al ministro Jack Carson? ¿Hace 21 años? ¿A Maggie Carson?  ¿Su esposa? –preguntó Steve mirando a Brian a los ojos directamente-


Brian no hizo ningún movimiento, solo bajó la cabeza. Steve se acercó a Brian y le quitó la mordaza.


-¿Por qué los asesinó? ¿Por qué lo hizo? ¡Éramos Felices! –le gritó Steve con lágrimas en sus ojos-


-La historia es larga, pero si la quiere oír, se la diré- dijo Brian-


Hace 31 años –comenzó Brian- tuve una hermosa esposa y al igual que usted y su familia éramos felices los dos. Un buen día mi esposa quedó embarazada de un varón y yo no cabía de la dicha. ¿Quién no es feliz con un varón? –preguntó Brian para sí mismo y continúo con su relato-. Un buen día mí esposa enfermó y tuve qué llevarla al doctor. Ella duró enferma tres días y el último día de su enfermedad el ministro, ¡sí, su padre!, fue a casa y se encerró con ella y el doctor, a mí no me permitían verla en ese momento.


Mientras Brian continuaba con su relato Steve lo seguía con mucha atención.


Pasaron varias horas y yo me moría de la angustia –continuó Brian- hasta que finalmente el doctor salió y me dio la mala noticia. La funesta noticia –recalcó Brian mientras una pequeña lágrima escurría por su usualmente adusto rostro-. Mi amada, mi Mary, había muerto junto con mi hijo. ¡Mi bebé! –exclamó Brian con dolor- Con ese dolor tan profundo entré a la habitación y la vi a ella ahí, sin vida y exigí ver el cuerpo de mi bebé pero el doctor me dijo que el ministro había partido con él para darle cristiana sepultura y evitar así que quedara en el limbo de los no bautizados. En ese preciso instante mi dolor no me permitió ver la realidad…


Brian, miró a Steve a los ojos y le dijo:


-Su padre. El buen ministro, ¡me robó mi hijo! –grito Brian mientras empezaba a llorar- Usted, es mi hijo y el ministro me lo robó y por eso merecía morir. –dijo Brian mientras bajó la mirada llorando-


Para ese instante Steve no sabía qué pensar, qué hacer, qué decir. Si creerle o no. No sabía si matarlo o no. ¿En verdad era su padre? ¿Su padre, el ministro, podía haber hecho eso?


-¡Eso es imposible! –exclamó Steve en medio de su incredulidad y confusión-


-Sé que es difícil de creer, hijo… -dijo Brian mirándolo de nuevo- pero es la verdad y se lo puedo probar.


Steve siguió mirándolo con asombro mientras le exigió que lo hiciera.  


Brian le indicó que se dirigiera a una mesa que se encontraba al respaldo de donde los dos se encontraban y que en el tercer cajón de la izquierda encontraría una pequeña caja de seguridad, que se la trajera. Steve hizo exactamente lo que Brian le dijo y puso la caja en el regazo de Brian.


-Hijo, espero que no te moleste que te diga así –se interrumpió Brian- solo desátame una mano para poder abrirla y te mostrarte. Sé que desconfías aún, pero ya lo veras.


Steve, quién a esa altura del relato ya había perdido un poco su prevención y el deseo de matarlo le desato la mano derecha. Brian, con algo de torpeza abrió la caja y de su interior sacó una foto qué el tiempo había teñido de amarillo, sé la dio a Steve y se quedó mirándolo.

Steve tomó la foto y la observó. En ella estaba una joven mujer embarazada. Steve la miraba sin comprender mucho como esa podría ser la prueba definitiva, pero de seguro esa mujer había de ser la mujer del relato, su verdadera madre.

-Hijo, es tarde para esto, pero regálale un abrazo a tu verdadero padre. –le dijo Brian mirándolo con la ternura propia de un padre-


Steve se aproximó y lo abrazo.


El rostro de Steve se iluminó a medida que lo hacía y mientras Brian ponía su brazo derecho a su alrededor se sentía como el abrazo de un padre. Se sentía bien. Brian mientras tanto empezó a susurrarle al oído qué Dios no lo perdonaría nunca por sus pecados pues él había sido un mal humano y remató diciendo:


-Igual de imbécil al ministro.



Un leve destello de luz dejó ver la hoja del cuchillo en la mano derecha de Brian mientras un profuso chorro de sangre empezó a brotar del cuello de Steve mientras su rostro palidecía…
-Padre, abrázame que voy a tu encuentro. –alcanzó a musitar Steve mientras su cuerpo caía al suelo y la vida se extinguía de su ser.


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