Y en la oscuridad de mis noches lloro, gimo, grito, muero, y aún así me sigues amando. El mundo, oscuro debería ser para que no pudiéramos ver los rostros sangrantes de nuestros hijos, para que nuestra visión fuera nula y así poder amar lo detestable. No encuentro más paz o lugar más pacífico que un cementerio, donde la oscuridad acoge al muerto, sin importarle como se vea o como haya sido. Y con la muerte preparan el banquete que ha de calmar el hambre del agobiado mental, y sin llanto o ningún mal abrazan nuestros fríos y abandonados cuerpos y a pesar de esto nos dan la vida al ofrecernos el dulce sorbo del olvido y el abandono.
Y si el imprudente gorrión con su canto interrumpe el idilio con la muerte, nosotros hemos de callar para que sus notas exalten cada ves mas la belleza del silencio, de la oscuridad, de la ausencia. Si tan solo supiéramos oír, podríamos entender las palabras amorosas que el silencio nos repite a cada instante, o entenderíamos los insultos proferidos por la boca del recién nacido que encontrándose frente a la blasfema luz de la vida llora y entiende cuan bella es la oscuridad.
Y en el sepulcro, la muerte, la oscuridad, el silencio y la paz se han reunido para felicitar al que ha dejado de ver y sufrir la luz. Y en medio de un grito silencioso y una fiesta sin colorido bailan las felices y ya libres almas de los liberados. Gozan el amor brindado desinteresadamente por la muerte, toman el vino dulce y embriagante de la paz eterna, cantan al ritmo de las notas del silencio y la oscuridad como buena anfitriona protege y ama a los que en ella se han dado la oportunidad de morir para así poder vivir.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
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