miércoles, 8 de junio de 2011
Una tarde en el parque
Se oyen pasar hordas de palabras que se dirigen a lugares desconocidos. Algunas de ellas dejan a su paso extraños eco mudos, que aunque inaudibles, crean un particular dolor de estomago. Luego el silencio, que como el más frío de los vientos polares pasa, haciendo que el cuerpo inevitablemente tiemble y que un suspiro se escape. Los ojos se dirigen automáticamente hacia el cielo, el cual nublado y lánguido, no parece cambiar. Repentinamente las palabras regresan chocando directamente contra el cerebro amontonándose unas con otras dentro del mismo, generando tras un breve tiempo una serie de preguntas cuyas respuestas nunca han existido. La necesidad de emprender vuelo se hace imperiosa, pero el cuerpo yace petrificado con la pesadez de quien ve a la muerte a los ojos y no desea apartarse. El húmedo olor de la tristeza empieza a ser olido e inevitablemente una lágrima se escabulle libre. A lo lejos, en el horizonte, se puede ver como los recuerdos se alejan cubiertos por unas negras nubes que parecen cargar el dolor en sus espaldas, dejando tras de sí, hileras de plañideras que esperan su turno para dejarse llevar por su falso dolor. Las ilusiones caen de lo alto dejando sobre el cuerpo grandes morados sanguinolentos a medida que este es golpeado inmisericordemente. La ausencia de su cuerpo se intuye por el frío que empieza a penetrar los huesos. La nada absoluta!
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