viernes, 18 de abril de 2014

Por Amor I

Y ahí me encontraba yo en medio de dolor más grande que hubiese sentido en toda mi existencia. Sabía bien que mi final estaba próximo y solo me restaba aguardar a qué este llegara. En algunas ocasiones me había preguntado cómo sería mi muerte, pero no imaginé algo así. El dolor se acrecentó súbitamente cuando otra parte de mi cuerpo fue arrancada. Nunca pensé que fuera a ser víctima de lo que no puede ser más que un juego maquiavélico y sádico. Podía verla directamente a sus ojos mientras ella lo hacía. Su boca se movía pronunciando palabras ininteligibles a medida que, con sus propias manos, destrozaba mi cuerpo. Ni mis gritos ni mis suplicas por misericordia parecían importarle. 

Esa mañana mientras yo me encontraba en el patio disfrutando del sol la vi aproximarse a mí. Su rostro poseía una dulzura digna de un ángel y una sonrisa radiante que competía con el brillo del sol. Sus ojos tenían una ternura inconmensurable. Era la mujer más bella que yo alguna vez había visto. Al acercar una de sus manos a mi cuerpo sentí sobre mí la calidez de su piel suave y tersa.  Fue en ese instante, con ese rostro dulce, con esa sonrisa radiante, con esa tierna mirada y con sus tersas manos que me tomó y desató su locura sobre mi cuerpo. Ahí empezó la tortura.

Nunca pensé que uno pudiese acostumbrarse al dolor, pero a medida que la tortura continuaba estaba descubriendo que sí es posible. Incluso me atrevería a decir que se puede llegar a vivir perpetuamente con el dolor. Creo que este  es tan natural en nuestra existencia como puede serlo la muerte. Ella seguía despedazándome y realmente ya no me importaba. Lo que más me dolía en ese instante no era tanto mi cuerpo destrozado e irreconocible, me dolía haber sido presa de sus encantos y de su engaño. Sabía que mi fin estaba a un par de segundos de distancia.

Alcancé a ver como un pedazo de mi cuerpo cayó al suelo luego de que ella lo arrancara. Y así, sin más ni más la vida se extinguió de mí ser.

-No lo amo. -dijo Sofía-, a medida que arrancaba el último pétalo de la Margarita que acaba de deshojar por completo. Miró el tallo inerte de la misma y simplemente lo botó.

-No lo amo. -repitió mientras se alejaba del patio-.  

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