El sótano se encontraba iluminado por
una fuerte luz incandescente que le daba a todo en su interior un aire de
pureza. Distribuidas estratégicamente se encontraban varias máquinas de soporte
respiratorio, de monitoreo de signos vitales y otros sistemas de apoyo. En el
centro del sótano había dos camillas. En una de ellas se encontraba una mujer
acostada y que parecía estar dormida. Tenía puesta una túnica blanca que hacía
que la palidez de su piel se acentuara. La belleza de esa mujer era
incomparable. La segunda camilla se encontraba vacía. En la puerta del sótano
se encontraban dos mujeres, vestidas con batas blancas, tapabocas y gorros.
Evidentemente eran enfermeras. Hablaban entre ellas con cierto aire de
preocupación mientras parecían aguardar a que alguien llegara.
La puerta del sótano se abrió con
brusquedad y al hacerlo entró un hombre joven. Caminó con seguridad y
determinación hacia la camilla donde se encontraba la mujer. Las dos
enfermeras que se encontraban hablando detuvieron su charla abruptamente y
caminaron detrás del joven. Este se aproximó a la mujer en la camilla y leyó
los números en las maquinas a las cuales ella se encontraba conectada.
-¿Algún cambio en la presión
arterial? Preguntó a las enfermeras sin observarlas.
-No doctor. Ella se encuentra
estable. Dijo una de ellas.
-¿La saturación?
-96%. Respondió la otra.
El joven se alejó de la mujer y
caminó hacía un rincón del sótano donde empezó a hablar solo por un momento.
‘Todo va a salir bien D. Todo va a
salir muy bien. Los ensayos previos, a excepción del penúltimo fueron un éxito
rotundo. Ella va a estar bien. Ella va a estar bien D. Tengo que controlar
todas las variables, esta vez no va a fallar, no puede fallar.’
Las dos enfermeras lo observaban
impávidas y sin musitar palabra.
El joven se volteó con fuerza hacía
ellas y les dijo:
-¡Es hora de empezar!
Las enfermeras se acercaron a las
máquinas, empezaron a oprimir botones, se movían de un lado a otro desplazando
cosas y organizando implementos médicos. Era evidente que no era la primera vez
que realizaban este procedimiento. Él, mientras tanto, se aproximó nuevamente
hacia la camilla donde la bella mujer yacía. Retiró con delicadeza la máscara
de oxígeno del rostro de ella y besó suave y tiernamente su boca, luego se
acercó a su oído y le susurró: Te salvaré, mi amor. Puso la máscara de oxígeno
en su rostro y se alejó hacía una estante repleto de medicinas varias.
Las enfermeras se pararon a su lado
mientras él tomó unos frascos con un líquido que decía “Suero 37h15”, lo
observó detenidamente y se dirigió a la camilla vacía. Se quitó toda la ropa y
se puso una bata blanca, como la de la mujer a su lado. Se recostó y dio la
orden de empezar.
Una de las enfermeras canalizó una
vena en el brazo izquierdo del joven mientras la otra le puso una máscara de
oxígeno sobre su rostro y dejó fluir el gas. Luego cada una tomo un
frasco del “Suero 37h15” y lo conectaron al catéter que conectaba con la vena
de ellos. Lentamente el líquido empezó a gotear mientras ellas se limitaban a
observar y de cuando en cuando a revisar los datos en las múltiples maquinas a
las cuales se encontraban conectados. El joven, que se encontraba recostado, a
veces preguntaba datos a lo cual ellas diligentemente respondían. Los frascos
se fueron desocupando hasta que la última gota del suero cayó.
-Doctor, el suero se acabó.
-Inicien la segunda etapa.
Una de las ellas inmediatamente puso
un nuevo catéter en el brazo derecho del joven mientras la otra hacía lo mismo
en uno de los brazos de la mujer en la camilla. Luego llevaron lo que parecía
ser una máquina de transfusiones sanguíneas y la pusieron en medio de las
dos camillas, conectaron los catéteres del joven y la mujer a esta y oprimieron
varios botones. La sangre empezó a fluir fuera del cuerpo de ellos hacía la
máquina y luego de regreso a su cuerpo. Mientras este proceso se llevaba a
cabo, el joven empezó a hablar solo de nuevo.
-‘Siento que está funcionando D. Va a
funcionar. Ella estará bien. Todo saldrá bien D.’
El proceso de la sangre tomó
bastante tiempo; tiempo que al joven se le hizo eterno. Su pierna derecha se
movía ansiosamente mientras preguntaba frecuentemente los datos a las mujeres.
Un pito en la maquina rompió la
monotonía de la situación. Las dos enfermeras se acercaron a la maquina a
revisarla.
-Doctor, el proceso ha finalizado.
El joven se incorporó en la camilla
mientras se removía los catéteres y la máscara de oxígeno. Se paró con
celeridad pero al hacerlo trastabilló a lo cual ambas enfermeras lo
sostuvieron. Él las miró, se soltó y se acercó a las máquinas a las cuales
ella, su amor, se encontraba conectada. Revisó varios datos para luego
acercarse al rostro de ella. Con gran delicadeza empezó a acariciarle el
rostro mientras la observaba. Todo el tiempo repetía: “Vamos amor, despierta,
vamos amor despierta”.
-¿Doctor, y qué va a pasar con usted
cuándo ella despierte?- Dijo una de las mujeres.
-Nosotros vimos el resultado de las
pruebas. Nosotros sabemos qué va a pasar. Pero lo prioritario es que ella
despierte sana. –Respondió él con frialdad-
-Doctor…
Las mujeres siguieron hablándole pero
él no les ponía atención alguna. Solo observaba a su amada ahí, en la camilla.
Repentinamente ella empezó a mover sus extremidades con lentitud.
Paulatinamente sus ojos se abrieron.
Lo primero que ella vio fueron los
grandes ojos de su amado que la miraba con una cara de felicidad
indescriptible. Él se acercó a ella y se besaron fuertemente.
Rápidamente tanto las enfermeras como
el joven empezaron a revisar las máquinas y sus datos. Él se veía un poco frenético
y sus actuar era acelerado. De cuando en cuando iba a donde su amada y le
hablaba al oído. Lentamente la mujer se fue incorporando en la camilla.
Observándolo todo, tratando de ubicarse.
-¿Amor, qué pasó? ¿Dónde estamos?
Preguntó ella.
-Estamos en el sótano. En tu última
crisis quedaste tan mal… pero espero haberte curado amor. –le respondió él
mientras continuaba monitoreando las maquinas
Rápidamente el extrajo otro frasco
del gabinete, y con una jeringa saco el líquido del mismo. Se aproximó a su
amada y la inyectó. Ella simplemente lo miraba absorta y con felicidad. El
rostro del joven empezó a llenarse de gotas de transpiración a lo cual las
enfermeras se miraron.
-Doctor, siéntese tenemos que ponerle
suero ya. Dijo una de ellas.
-Ya no hay tiempo. ¡Debemos terminar
el procedimiento lo antes posible! –respondió-
El joven se veía cada vez más
acelerado y congestionado a medida que corría revisándolo todo hasta que
mirando una cinta de papel que salía de una de las maquinas exclamó:
-¡Lo logré amor! ¡Lo logré! ¡Estás
curada!-
La alegría en el sótano duró muy
poco. El rostro del joven empezaba a palidecer. Él se acercó a ella. Sus ojos
estaban vidriosos y con un dejo de angustia. La besó fuertemente, se sentó a su
lado y se recostó en sus piernas. Ella empezó a acariciarle el cabello. El
corazón de él latía cada vez más rápido. Las enfermeras se encontraban
estáticas observando. Sabían bien que ya no había vuelta atrás, que no podían hacer
ya nada. Todo el sótano se llenó de tristeza y de un silencio sepulcral.
Ellos dos se conocieron ya hacía 3
años, en medio de una de las crisis de ella. En aquella oportunidad él la
encontró en la calle, postrada en el suelo llorando. Él la levantó y la llevó a
su apartamento donde la cuidó. Nunca más se separaron.
Mientras su amada aún le consentía el
cabello, la vida de D. se extinguió. Todos sabían que ese iba a ser el
resultado. Él había jurado curarla de su enfermedad aun a costa de su vida, y
esa en esa madrugada había cumplido su palabra.
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