El tedio de
ir de un lado al otro sin poder hacer más era desesperante. No lograba entender
el porqué de su encierro, cuando hasta hace algunos días tenía la libertad que
necesitaba, que merecía, la libertad con que nació. Su último recuerdo como un
ser libre fue el de estar con sus hermanos, felices jugando cuando los
atraparon. No volvió a saber de ellos ni de su familia. No sabía bien cuánto tiempo
llevaba encerrado pero era mucho tiempo, un segundo sin ser libre era
demasiado. La puntualidad de sus captores era algo que le desesperaba. Todos
los días a las 7am le daban su alimento. Todos los días aseaban su sitio de
encierro. Todos los días y muchas veces al día veía el rostro de aquel ser que
se quedaba observándolo, haciéndolo sentir profundamente incómodo, en ocasiones
golpeaba las paredes de su sitio de encierro haciendo que el sonido se propagara
enloqueciéndolo. ¡Era una tortura constante!
No existía
posibilidad de escape de su prisión. Esta era esférica y de algún material traslúcido.
En su interior había alguna especie de ambientación que, macabramente, esperaba
simular el exterior, pero que lo único que lograba era generar un ambiente de
martirio permanente. Definitivamente sus captores no eran más que unos sádicos
completos. Lo secuestraron a fin de entretenerse con su encierro.
Esa mañana
como siempre le arrojaron su alimento a las 7am. Lo observaron y se fueron. Era
la última vez que lo molestarían. Decidió dejar de comer y así poder escapar de
una vez por todas.
A la mañana
siguiente Felipe se levantó como todos los días, feliz a ver a su amado pez,
pero este flotaba en el agua. Muerto.
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