jueves, 24 de abril de 2014

Una Noche

Y nuevamente me encontraba en un callejón, borracho y golpeado, luchando en vano por levantarme del suelo y al mismo tiempo luchando por no levantarme nunca. Como siempre solía suceder ante la primera manifestación de alguno de mis incontables miedos, ante algún dolor o ante alguna frustración, salía en búsqueda de mi anestesia.  La verdad no necesitaba de mucho para correr a buscarla. Maravillosa ambrosía que me mantenía en pie y paradójicamente me tumbaba al suelo.

Esa tarde, uno de mis innumerables miedos me saludó e inmediatamente sentí llegar todo. Los síntomas eran inequívocos, temblores, visión nublada y sudoración excesiva.  Cómo siempre, todo tomaba la forma de un recuerdo que golpeaba a mi puerta, y necesitaba olvidarlo. Al salir de mi empleo me dirigí al bar más cercano, instintivamente, como el bebé busca la teta de su madre para saciarse. Abrí la puerta y entré. Rápidamente me senté a la barra, y pedí lo que yo siempre he llamado “el combo alegría”. Una cerveza negra y un buen vaso de whisky.  Tomé un agradable sorbo del whisky y luego uno de cerveza. No voy a estar triste, solo me voy a relajar un rato, me dije a mi mismo mientras lo hacía.

El primer combo se acabó rápidamente así que pedí el segundo y luego el tercero. Ya para el cuarto combo sentía que por mi cuerpo fluía ese extraño bienestar que siempre encontraba en mi anestesia. El miedo se desvanecía, el dolor se calmaba y todo estaba como debía ser…

…el sonido de las botellas de cerveza al chocarse para brindar sonó. Ese tipo es re buena gente, pensé, a medida que tomaba un sorbo de la cerveza y uno de whisky. Me encantaba que la gente pudiera ver que soy un buen ser humano, con valores y con un gran corazón…

…definitivamente era el mejor consejo que podía haber recibido en la vida y sabía que nunca lo olvidaría. Era extraño, pensé, que tras todos esos años de vida fuese a encontrar esas palabras en ese sitio, en ese bar. Me acerqué al cantinero y le pedí un combo…

…realmente no prestaba atención a las palabras que ella me estaba diciendo en ese instante. Lo único en mi mente era la imagen de mi esposa, bueno, ex esposa. Cada movimiento de mi interlocutora me recordaba a María. Tomé un profundo sorbo de whisky mientras ordenaba otro y de paso le invitaba un coctel a ella…

…yo dejaba que el humo del cigarrillo saliera por si solo por mi nariz. A veces jugaba tratando de mezclar el humo con mi vaho. La lluvia caía copiosamente mientras yo me resguardaba bajo un improvisado techo. Tenía frio y me sentía solo. En ese momento el ruido del interior del bar me molestaba un poco pero volví a entrar…

…ver caer las lágrimas por tu rostro me recuerda a las gotas de lluvia al caer sobre un charco -dijo ella-. Yo seguí llorando mientras me recosté en su regazo rogándole que se fuera conmigo esa noche, solo esa noche. Yo no le pedía sexo, solo que pretendiera amarme…

…el bar se encontraba ya casi solo, al igual que mi alma. Solo quedaban algunas personas que reían a la distancia. En la mesa donde me encontraba había varias botellas vacías de cerveza, vasos de whisky y una botella de aguardiente con algo más de 5 sorbos de alcohol. Tomé la botella y me tomé el resto del alcohol sin detenerme. La silla al lado ya no estaba ocupada. Pedí medía de aguardiente y una cerveza…

…el sabor a sangre me recordaba a mi infancia cuando por alguna extraña motivación lamí una lámina metálica. La siguiente patada fue a dar justo en mi ojo derecho con lo que sentí como se inflamaba inmediatamente. La última vez que mi madre me curó mis heridas había sido hace más de 14 años. El dolor en mi costado izquierdo era extremo y empeoraba cada vez que respiraba. Creo que de nuevo me habían roto una costilla. Con esfuerzo escupí una mezcla de saliva y sangre. Una nueva patada…


Y ahí en el suelo de ese callejón llevé mis manos a mis bolsillos. No tenía billetera ni celular. Rodé sobre mi adolorido cuerpo hasta quedar boca arriba e introduje mi mano en mis boxers. Del interior saqué la foto de María y la besé. Con mucho esfuerzo, más que el que me tomó la última vez, me levanté del suelo. El camino a casa era largo y tras lo sucedido se me haría aún más largo. Mi menté se perdió entre recuerdos y pensamientos autocompasivos a medida que mi cuerpo caminó rumbo a casa y mi alma se arrastró tras de este.

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