miércoles, 30 de abril de 2014

Un Final Feliz

Durante los últimos tres meses de su vida, desde el preciso instante en que él se enamoró de ella, la felicidad había hecho de su alma su morada. Ella apareció en su vida en el momento más difícil. Él acababa de recibir la peor noticia de toda su existencia y la depresión y la desesperanza se habían apoderado de él.
Ellos se conocieron un día lluvioso, uno de esos días en que todos están tristes pero que a ellos les parecían hermosos. Él caminaba bajo la lluvia pensando en su futuro. Ella estaba en una tienda tomándose una cerveza, sola. En el momento en que él pasó frente a la tienda sus se cruzaron. Él entró a la tienda, ordenó un tinto negro sin azúcar, y sin pedir permiso se sentó en la mesa de ella. Ella sin molestarle esto empezó a hablarle, y ambos hablaron por 2 horas como si se conocieran de toda la vida.  
Los siguientes días transcurrieron entre extensas conversaciones por internet y alguna eventual plática por teléfono. Él bien sabía que ella era y sería la mujer de su vida. Lo supo desde el mismo instante en que sus miradas se cruzaron. Al acostarse a dormir, solo, él solía pretender que ella estaba a su lado y abrazaba a ese ser imaginario que lo acompañaba en su soledad.
El acuerdo entre los dos había sido claro desde un principio. Ella no estaba lista para tener una relación sería, él por su lado, la asumiría como su novia y la amaría sin medida, era lo que su corazón le decía que era lo correcto hacer en esa situación. Y así fueron pasando los días y las semanas, él enamorado con su alma y sonriendo a cada oportunidad que la vida y su compañía se lo permitían, ella feliz de sentirse acompañada.  A veces en las noches él dejaba que la natural y usual tristeza se apoderara de su alma momentáneamente, ante lo cual las lágrimas huían hacía la libertad del olvido. Él pensaba que sería bonito que ella fuese en verdad su novia, que sería bonito que eso durase muchos años, que sería bonito haberla conocido mucho antes, pero no era así ni lo sería. Luego de pensar eso simplemente agradecía el hecho de que ella estuviera presente en su vida y que le permitiese amarla. Sin ella saberlo, el amor que él por ella profesaba hacía de su vida más llevadera.
El final se acercaba y él lo sabía. La pérdida de peso había sido constante, los malestares y el dolor. El final se acercaba y él lo sabía. Su distancia, su silencio.
Esa tarde los dos se vieron en uno de los tantos bares que solían frecuentar. Él sabía qué iba a pasar. Ambos se sentaron en una mesa alejada de la muchedumbre y ordenaron dos cervezas. Mientras estas llegaban ninguno de los dos habló. Ella miraba al techo, él le acariciaba el rostro. Al llegar las cervezas ella empezó a hablar. Habló por horas de todo lo que sentía por él, de todo lo que quería a su lado, de todo el bien que él había hecho en su vida, de sus dolores y de sus miedos. Él solo callaba y la observaba, no prestaba atención a lo que ella decía pues bien sabía qué iba a decir. En su mente había imaginado ese momento muchas veces, era inevitable y él era consciente de ello. Al ella finalizar su extenso argumento con las palabras “lo siento amor, no puedo”, él respondió con un “gracias” y un “te amo”. Tomó su rostro con cariño y la besó fuertemente, ella se dejó. Luego él se paró de la mesa y salió del bar sin voltear a mirar atrás. Nunca volvieron a saber el uno del otro.
Los siguientes dos días de él fueron muy difíciles. Los malestares eran constantes y ya no podía comer. Se encontraba postrado en la cama sin poder moverse mucho. Los dolores eran insoportables pero aun así lograba sonreír al recordarla, al recordar su felicidad. El frío era cada vez más fuerte y penetrante. Con esfuerzo logró arroparse y pretendió que ella estaba a su lado para que lo acompañara en sus últimos instantes. No paró de recordarla ni pensarla hasta que finalmente se quedó dormido completamente y no despertó más.  


Luego de varios años de luchar contra un cáncer él había fallecido. En su rostro no se podía leer el dolor que lo había acompañado. Solo se veía la más placida de las sonrisas. Su último pensamiento fue ella.

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